Catibo © Alfonso Silva Lee
Jubo y juturo allá en el futuro
EXTRATO DE LIBRO
CUBA NATURAL
Algunos meses atrás tocó mi puerta un niño de 6 a 7 años de edad. Traía urgencia, pues se trataba de una serpiente desconocida aparecida en el vecindario. Lo acompañé media cuadra más abajo, hasta donde un tío suyo y otro vecino, médico e ingeniero respectivamente, miraban con atención algo en el medio mismo de la calle. Casi la piso sin querer: era un majacito bobo común de pocos días de nacido, calmudo, del grosor de un cordón de zapato. Típico de su especie, tenía el cuerpo color café con manchas oscuras, y la punta misma de la cola amarillenta. El médico, quien dominaba la situación, tenía la sospecha de que fuera una serpiente cascabel.
El incidente no tiene nada extraordinario; es reflejo fiel, por el contrario, del generalizado desconocimiento acerca de los animales autóctonos del archipiélago. Se expresa a diario, por ejemplo, en cada rincón donde se expende artesanía: la inmensa mayoría de las producciones con figuras de animales representan alguna criatura exótica: desde caballos y toros hasta galápagos y elefantes. Otro tanto ocurre con la pintura tradicional: la tropicalidad de los ambientes está dada por alguna ceiba, o framboyanes y cocoteros foráneos. En el mejor de los casos, los paisajes exaltan vergeles vigorosos o la selva ya domesticada, de estructura abierta, que rememora ambientes propios de otro clima, moderado. Ninguno de los pintores considerados grandes llevó al lienzo, como protagónicos, animales en realidad cubanos; los cuadros de mayor fama muestran a lo sumo gallos, pavos reales y caballos. La falta es vieja, difícil de salvar y nada original: lo mismo ocurre en Puerto Plata (República Dominicana) o en San Juan (Puerto Rico).
Lagarto de patas azules © Alfonso Silva Lee
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